HOY HUBIERA CUMPLIDO 49 AÑOS; SU MÚSICA Y SU RECUERDO SE AGIGANTAN DÍA A DÍA
En la cumbia argentina, agosto es el mes de Leo Mattioli.
Hoy, viernes 13, hubiera cumplido 49 años.
Se fue, repentinamente, el 7 de agosto 2011, seis días antes de los 39.
Estaba en una gira y falleció en el hotel Gala de la ciudad bonaerense de Necochea, un mediodía trágico para quienes lo amaban. Ellos, seguramente, siguen derramando una lágrima por él cada vez que escuchan cualquiera de sus canciones.
Tenía sólo 38 años. Se fue muy joven, en pleno esplendor de su arte, como muchas figuras de la música popular argentina: Carlos Gardel (a los 44), Gilda (34) y Rodrigo Bueno (27).
Los cuatro murieron en plena gira artística.
Los tres últimos fallecieron en accidentes.
Gardel, por un choque de aviones, en Medellín, Colombia.
Gilda, por una colisión del micro en el que viajaba con sus músicos, en Villa Paranacito, Entre Ríos.
Rodrigo Bueno, al volcar su camioneta a la altura de Berazategui en la autopista Buenos Aires-La Plata.
No hay coincidencia con la muerte de Leo Mattioli si pensamos en el final, porque el cantante santafesino falleció de un paro cardiorespiratorio.
Sin embargo, el origen de sus dramas, que derivaron en una muerte tan temprana, fue un terrible accidente que sufrió junto a otros músicos. Dos murieron y él quedó con graves heridas, de las que nunca se recuperó totalmente y que le dejó también, como terrible secuela, su necesidad de morfina para aplacar los dolores.
Con el tiempo, la morfina fue su adicción, como él mismo reconoció. Lo necesitaba para salir a trabajar, hacer los shows y aguantar los rigores de las giras. Y eso derivó en graves problemas que lo llevaron a la muerte temprana.
La figura de Leo Mattioli se agiganta día a día. Lo recuerdan tantos y tantos.
A lo largo de estos años se habló mucho de su vida, de sus anécdotas. Días atrás, en el aniversario de su muerte, un colega lo recordó en su cuenta de facebook.
No es un colega de la música tropical y, como él deja en claro, tampoco fue su amigo. Es un recuerdo para destacar a una persona a la que no conocía.
Se trata de Blas Martínez Riera, chamamecero como su padre, el legendario Blasito.
Destacamos este recuerdo porque sitúa a Leo Mattioli en el ambiente que frecuentó durante toda su carrera y porque lo pinta de cuerpo y alma, según coincidencia de testimonios.
Escribió Martínez Riera:
“Hoy voy a recordar a alguien que conocí en aquellas viejas maratones que se hacían en «Rescate Bailable», un boliche enorme en San Martín, dónde se hacían recitales y los domingos había chamamé. Los dueños (también de «La Carpa de Juanca», en José C. Paz, y «Monumental» de Moreno entre otros) nos atendían como reyes, ya que admiraban mucho a mi viejo y lo llevaban por la década de los 80 a sus bailes (El Palacio del Chamamé).
En Rescate, en una de esas maratones dónde unían la noche del domingo con la madrugada del lunes, nosotros cerrábamos el chamamé y Leo Mattioli abría la cumbia. Nos ubicaron en el camarín que había detrás del escenario y estuvimos un ratito mirándonos, como que no había onda, hasta que Leo se levantó y vino hacia mi mano y me habló de una piedra que tenía en un anillo. Y así se rompió el hielo. Vino Néstor Lucena y nos sacó una foto (que nunca me dio) y nos sirvió algo para tomar. Charlamos casi una hora, luego escuchó nuestro show y me dijo que cuando pasáramos por Santa Fe fuéramos a su casa. Nos cruzamos luego en Sadaic y fuimos a almorzar; un grande y con una humildad única.
Tenía un amigo que era archi recontra fanático de él. En el almuerzo recordé que mi amigo «Melena» (Claudio) era muy fanático y le pedí un autógrafo. Me lo dio, pero también sacó de su dedo menique un anillo y me dijo que era para mí amigo. Yo estaba hecho”.